1. Escribir acerca del presente y su in-actualidad implica el gesto de un acto destructivo, que haga estallar cualquier consideración que intente aplacar el a priori material desde donde emerge la posibilidad misma de la escritura, esto es, la crueldad excesiva de la catástrofe histórica política, económica social y cultural que vivimos diariamente, iniciar la reflexión desde cualquier otro vértice nos parece una autofetichización del pensamiento y, por lo tanto, la condena a reproducir las múltiples capturas de las instituciones por las cuales la producción del pensamiento está pretramado, determinando de este modo, la retracción de acceder a pensar la inmediatez de lo sensible, en nuestro caso, en su horizonte más inmediato, la guerra que el capitalismo libra contra la “Humanidad” y la violencia permanente que recibimos por el solo hecho de estar vivos.2. El actual orden mundial se configura a partir del desmembramiento de la Unión Soviética, la caída del muro de Berlín, el término de la estrategia de las Américas y el retorno a una supuesta normalidad institucional, que consiste en la naturalización de la excepción, es decir, en la borradura del crimen que inaugura la nueva época: campos de concentración, bombas atómicas, golpes de estado, etc., en la mayoría de estos casos, el concepto clave que se utiliza para blanquear la historia es el de transición, el cual impone una retórica de cambio, de traslado de un estado a otro ocultando la instalación de la homogeneidad de un tiempo estancado, que no viene de ningún lugar y no va hacia ninguna parte. Sin embargo, sabemos que en el momento que termina una guerra,“la guerra fría” se inicia otra, la guerra contra Oriente Medio, una guerra que sí ha tenido lugar. Lyotard estaba equivocado ,al proponer que uno de los acontecimientos que definen el inicio de la posmodernidad es el fin del viaje expansivo del capital y el inicio del viaje intensivo, la implosión del capital en la subjetividad y la producción de una cultura de masas, de unos mass media dóciles y funcionales a los mandatos de la máquina de producción capitalista. Lo que vemos en los últimos años de guerra es, quizás, el esfuerzo final en una lucha sin cuartel por cumplir ese programa, lo cual ha llevado a la alianza norteamericano-europea, al arrasamiento de Afganistán, Irak, (siendo este episodio parte del proceso expansivo del capital) y a la protección inmunológica de la guerra de Israel contra Palestina y en el último periodo también contra el Líbano; pero está también la otra guerra, la guerra social, que se expresa en el genocidio silencioso, que forma parte de la lógica económica de funcionamiento del capital porque este no puede funcionar sin transformarse en una máquina letal. Conocidas son por todos las cifras de escándalo de los muertos por hambre diariamente, de la explotación y esclavitud infantil, de los millones de personas que viven sin techo, porque esta realidad no se oculta, sino que conforma también parte del espectáculo y del negocio del cual se benefician ONG y trasnacionales,“come en Mc Donald’s y ayudarás a un niño del tercer mundo” “abre tu hipoteca en La Caixa y ayudarás al tercer mundo”
3. Pero la guerra social no sólo se libra contra los precarios del tercer mundo, el empobrecimiento y la precarización de nuestras condiciones de vida es una realidad que acosa también a los incluidos, ya que hemos sido producidos como masa anómica que, en el mejor de los casos, lucha por mantener su puesto y no caer en el abismo social de la exclusión. De este modo, nuestra lucha es producir nuestra propia captura: “hay quienes creen que luchan por su libertad cuando en realidad luchan por su esclavitud” A este dispositivo de autocaptura distintos pensadores han denominado “fascismo posmoderno” (ver Santiago Lopez Petit, Estado Guerra), y consiste en la interiorización de los mecanismos de coacción, coerción cooptación, subsunción y, en definitiva, de producción de la subjetividad y, por lo tanto, de la vida, lo cual produce automáticamente un cuerpo sin resistencias, sin conflictividad, dócil, descafeinado, sin grasas saturadas, sin colesterol;a la captura del trabajo y a la maquinación de las instituciones, nos hemos unido nosotros, como subalternos de nosotros mismos. Es en este sentido que participamos de una guerra hiperreal, es decir, que no padecemos, pero que sí podemos gozarla jugando con la playstation o arrendando alguna peli de guerra para gozar de nuestra propia autodestrucción.
El 11-S, el 11-M y el 11 de J nos recordaron que nadie está a salvo, que cualquiera de nosotros puede ser un teleobjetivo, y han puesto a Occidente en relación directa con sus fantasmas, con la otredad irreductible, en este caso, los integristas árabes. Así como el descubrimiento de nuevas tierras hace 500 años ponía a Europa en relación con sus propios límites y para salvar la grieta que se abría con esa alteridad lo llamaron des-cubrimiento, cuando en realidad fue un en-cubrimiento de América, hoy se funciona con la misma lógica, y ya que no se hace soportable ninguna alteridad real. Es en este sentido que los musulmanes nos muestran cuan fundamentalistas somos nosotros y que la verdadera cara de la hospitalidad –cuando el rostro del huésped deviene alteridad- es la de la hostilidad.
Los atentados hacen emerger unos nuevos modos de ser. El gesto del suicidio requiere un grado de análisis: el terrorista mezcla del gesto socrático y kamikaze, pese a participar de una organización transnacional y estar dentro de un universo simbólico posmoderno, es un homo antieconomicus, que emerge como una opción, que se opondría radicalmente a la liviandad con la cual se han tomado las nuevas generaciones la problemática política, me refiero a lo que Amorós denomina“La moda de los movimientos sociales, en donde la protesta se ha transformado en una alternativa de entretención juvenil”; en este sentido, mesianismo y nihilismo serían las dos caras de una misma moneda viviente.
Mientras tanto, las redes intelectuales preocupadas de participar de la distribuciones de presupuestos y espacios de representación, se suman como el pliegue chic, la crítica con pistolas de agua, que sólo validan su establishment en la performance de producir espacios de afuera o insterticiales “a la lógica del capital” zonas de respiración artificial, pero ¿en qué se diferencia hoy en día la forma de vida de un intelectual global, de la de un alto representante de una trasnacional?
Quizá sólo en una suerte de aristocracia ascética que marca la sobriedad de su buen gusto en el consumo, frente a la ostentación descarada de los que derrochan diariamente su capital económico. Sin embargo, en términos reales, participan del mismo espesor material y su agencia está correlacionada o predeterminada por las directrices del FMI y la CEE.
Sin duda, el tono de este texto está impugnado por la pregunta qué hacer, cuestión que para los intelectuales tradicionales se traduce en “¿qué hacer con la pregunta qué hacer?” cuya respuesta es un quehacer, “ por sus actos los conoceréis” Mientras sigamos enfrascados en el embudo centrípeto de la máquina de sentido capitalista, no seremos más que subalternos de la imposición de sus lógicas hegemónicas. Lo que hoy se requiere son gestos, actos, praxis, colectivización, discusión y acción, que ataquen a los nódulos que cimientan el capital, interrumpiendo su sentido común: el trabajo, el consumo. Pero aquí está el punto, aquí está la crisis de la crisis, la ausencia de discursos, de iniciativas que intenten confrontar seriamente al capitalismo, tras la crisis histórica de la izquierda y su derechización, los conceptos de descentramiento del poder, y las consecuentes microprácticas micropolíticas, que si bien han sido efectivas en los procesos de recomposición de los movimientos sociales, han contribuido a crear una política de la resistencia que no pasa a la ofensiva y no se propone el ejercicio del poder en sus terminales reales. No basta con generar formas de vida alternativas que ya están de suyo incluidas en el menú del capitalismo, sino confrontar sus instituciones ya sea de(con)struyéndolas o propiciando otras. La política es una mierda y para hacer política hay que enmierdarse de vez en cuando, es decir, irrumpir e intervenir en los espacios en los cuales nos toca interactuar, no sólo refugiarnos en los espacios ganados; a la producción de territorios existenciales, le sigue la disputa y toma de los espacios tradicionalmente capitalizados: colegios, hospitales, cárceles, museos y, por supuesto, las calles. Allí, en ese roce que produce fricciones están alojadas las posibilidades de intervención y transformación de nuestras prácticas sociales.
4. No intentaremos en este texto hacer mímesis con la tele-visión satelital, ejercicio pseudohegeliano de hacer el paneo por la totalidad de la catástrofe que incluiría la lectura que los chinos están haciendo del capital, la alianza Venezuela-Irán, los cíberatentados de Rusia, o la existencia de transistania, sino que intentaremos indagar en ciertos puntos que son transversales, a este horizonte global, concientes de que muchos de ellos se nos escaparán. Las dimensiones que señalamos son:
A) El estado de excepción, Guantánamo es la alegoría de los actuales modos de gestión masiva de la población. El estado-nación desaparece, pero el estado soberano se sofistica con todas las técnicas disciplinarias que hacen funcionar a las instituciones que deciden sobre la muerte y producen la vida, transformándose, de este modo, en una maquinaria gubernamental, cuya matriz es lo carcelario y su lógica la unilateralización; es el viejo arcano que retorna como nueva tecnología. La criminalización del enemigo, el ataque preventivo, es decir, el mesianismo de salvarnos de nosotros mismos, los efectos colaterales y, finalmente, la ayuda humanitaria son parte de esta lógica que se aplica en las zonas de guerra, en las ciudades que funcionan y en las instituciones de normalización (en este sentido la normalización ha adoptado la táctica de la criminalización del enemigo: “ son terroristas” o sufren de una patología: “están locos, están enfermos” A partir de esta neutralización del enemigo se producen las condiciones para la instalación del consenso que es la economía de guerra gubernamental en la búsqueda del conflicto de baja intensidad, el consenso en tanto que economía discursiva del gobierno en su manejo policial1 de la población).
B) La subsunción de la subjetividad por parte del capital, es decir, la subsunción de formal real, por medio de la captura en la producción y el consumo, provoca la captura del sujeto trabajador, que consiste en la indiferenciación entre tiempo productivo y tiempo libre. Al productivizar el tiempo libre, se sitúa al trabajo y al consumo inmaterial en una dimensión constitutiva de la existencia económica (ámbito terciario) y, por lo tanto, de sostenimiento del sistema (la cultura como mercancía). A esto lo podemos considerar un capitalismo que se reproduce en el ámbito cognitivo (industria cultural, sociedad del espectáculo, etc.), y tiende a producir una subjetividad unificada en el capitalismo mundial integrado. La mezcla de ambas realidades se vive en el ámbito de la empresa, porque ahí está ubicado hoy el gobierno de las almas, que produce el cuerpo y la subsunción de la subjetividad -enajena en la producción y seduce en el consumo-: la empresa es la nueva pastoral, la empresa es la iglesia posmoderna.
C) La movilidad de la población campo-ciudad ha generado por primera vez en la historia, que las ciudades estén mas pobladas que las zonas rurales, acelerando el proceso de agresión geopolítica y urbana que determina la arquitectura como edificador de espacios inhabitables, ghettos, hacinamientos, subcontratación, marginalidad, exclusión; por otra parte, la migración hacia otros países ha producido el cierre de las fronteras y la rigidez cada vez mayor de los flujos de personas (indocumentados, sin papeles, expulsiones, centros de internamiento); se cierran las fronteras, se levantan muros, pero, en contrapartida, los capitales son liberados propiciando la deslocalización y la desregulación del mercado. Esto significa monopolios transnacionales y explotación y esclavitud para el tercer mundo.
5. ¿Cómo podríamos configurar el campo de fuerzas global en relación a la dimensión histórica? Como señalábamos al inicio, la borradura del crimen con el cual comienza la era, que es la condición mnemotécnica de toda imponencia política, en cuanto verdad temporal y preámbulo para construir la homogeneidad del capitalismo global, donde el documento de barbarie se transforma en monumento de cultura y la excepción se vuelve la regla; vivimos en un estado de excepción que es geopolítico y territorial, pero que a su vez incluye el espacio de la vida, también biopolítico, determinado por la borradura histórica del crimen, que se transforma en condición de posibilidad de instalación de la excepción.
Por ejemplo, en la reconstrucción de Europa del Este, la lógica que se ha utilizado es la de la mafia, lo que ha permitido la instalación de un capitalismo salvaje, afianzado por el ciberterrorismo y la aniquilación de cualquier tipo de intromisión (polonio) en los objetivos de capitalización. De uno u otro modo, son las mismas políticas que se han implementado en África y Asia, silenciamiento, censura, políticas del olvido a sangre y fuego, gracias Habermas. El contraste lo tenemos en Europa, donde la inflación de la memoria, el boom del recuerdo, nos lleva a que el consumo necromántico de las catástrofes pasadas sea expuesta al mismo nivel que las modas de los 50 y 60, posmodernidad en su mayor esplendor.
En Latinoamérica, luego de la matanza y el saqueo, luego de los milicos y los payasos de los 90 Ménem, Color de Melo, Bucaram, Fujimori, y Ayl Win (el más infame de todos), vivimos un proceso que nos retrotrae a la fase constituyente, al futuro anterior de todo proceso de transformación efectiva, lo cual nos lleva a pensar que, pese a todas las estrategias de dominación, algo no ha podido ser eliminado y que, dentro de las experiencias revolucionarias, existen diversos modos de hacer frente a la homogeneidad neoliberal, además de la recuperación de bienes, de generar unos nuevos marcos para resistir a la ley sin ley del mercado.
La guerra comenzó hace mucho tiempo, nosotros no la empezamos, pero si estamos introducidos en el quehacer político intelectual, académico, artístico, hay que tomar posiciones, el momento de la impoliticidad es siempre un preámbulo para volver a la zona de conflictividad, armado de todas las precauciones. Sabemos que en nombre del progreso nos gana la espalda el fascismo, sabemos que la violencia en acto reproduce los procedimientos del fascismo, pero también sabemos que el hundimiento en los laberintos infinitos de las aporías conceptuales y teóricas terminan por silenciarnos, acallarnos y el quehacer teórico también es una práctica autoconciente, es decir, que debe reparar en la materialidad que circula y, por lo tanto, incidir en como esta se efectúa.
En este sentido, los múltiples procedimientos de camuflaje, enmascaramiento y travestismo que adopta el neoliberalismo, nos permiten afirmar que el capitalismo no es puramente ideológico, no comporta un verosímil, allí radica su poder, en la potencia de fagocitar de cualquier modo de producción y subsumirlo: el capitalismo como forma de organización del deseo, como fuerza semiótica, penetra en el cuerpo como axiomática del deseo. En este sentido no es sólo una ideología ni una mediación universal, si bien es la ideología neoliberal la que se beneficia, y una clase la que se enriquece; aceptar su excepcionalidad es una forma de acercarse a la destrucción de sus modos de producción y sus relaciones sociales, es decir, pensarlo en su inesencialidad: el capitalismo funciona y se nutre de democracias y dictaduras, de guerras civiles y procesos revolucionarios. En este sentido, pensar la facticidad del capitalismo es pensar la imposibilidad de su destrucción, pero quizás allí, sólo allí, precipitando el hacer posible lo imposible, le quede un balón de oxígeno al pensamiento y a la acción.
6. La cultura vuelta simulacro y la política, en su devenir espectáculo, son las marcas de una derrota histórica, que sólo puede ser revertida desde la reinvención de nuevas prácticas, asumiendo el antagonismo sin sujeto, pero que traza unas subjetividades que se deslizan sin rostro porque la astucia es permitida en las selvas desérticas de las metrópolis posmodernas, engendrando comunidades en éxodo, nómades, de singularidades en sustracción de toda identidad, fuerzas subterráneas que liberen al trabajo vivo y se potencien en el enfrentamiento molecular de la producción capitalista, que se materializa en el gesto de apropiación de la impropiedad de nuestras propias vidas,en la pugna por saldar cuentas con la historia y su distorsión,la injusticia sobre la cual esta se constituye.
*Es importante para el actual análisis de la máquina gubernamental la distinción que Jacques Rancière hace entre policía y política. La policía se encarga de “la partición de lo sensible” es decir, le asigna un nombre y un lugar a cada grupo, tornando a los actores en entes identificables en un campo de visibilidad; su trabajo se inicia en la reticulación del espacio y, luego, en la producción de la vida (el trabajo policial es biopolítico). La política, en cambio, es la institución del disenso a partir de la instalación de la distorsión en la cual se instituye la sociedad y, por lo tanto, disloca el orden policial abriendo una brecha, una fisura irreductible, donde se introduce la parte de los sin parte, distorsión social que intenta invisibilizar el reparto policial mediante la institución del consenso como clausura de lo político.
Las Ensambladoras
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